Se hace larga la cuarentena. Si bien al cierre de esta edición comenzaba a concretarse cierta flexibilización en algunos puntos de la Argentina, los cierto es que se estima que la crudeza de la pandemia aún no llegó a esta parte del globo.

Cuando en China, donde se originó la propagación del virus, y en Europa, donde los efectos fueron dramáticos, la vida pareciera volver lentamente a cierta “normalidad”, el continente americano todavía pareciera no haber vivido “lo peor”, más allá de que hay diferencias sobre cómo el coronavirus está atacando en cada país, por lo general relacionadas con las políticas públicas que cada Estado viene tomando.

Sin embargo, más allá de las estadísticas y frialdad de los números, la pandemia nos ha sacudido y nos ha puesto delante de nuestra fragilidad, vulnerabilidad y finitud. Cuando como humanidad creíamos que nada podría detenernos, este enemigo invisible llegó para darnos un baño de realidad. ¿Quiénes éramos antes, quiénes somos ahora y quiénes seremos cuando todo esto acabe?

Son muchas las preguntas que han surgido en este tiempo, para las cuales aún no están elaboradas las respuestas, tanto en aspectos macro como micro, en lo global como en lo local. Sin dudas hay y habrá consecuencias referidas a la familia humana y también se ven y se verán efectos en cada persona.

Esas consecuencias nos golpearán a todos, especialmente a los más desprotegidos y olvidados. Es allí donde surge el peligro al que hace referencia el papa Francisco: “El riesgo es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente, que se transmite al pensar que la vida mejora si me va mejor a mí, que todo irá bien si me va bien a mí. Se parte de esa idea y se sigue hasta llegar a seleccionar a las personas, descartar a los pobres e inmolar en el altar del progreso al que se queda atrás. Pero esta pandemia nos recuerda que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren: todos somos frágiles, iguales y valiosos” 1.

El confinamiento ya lleva más de dos meses y los primeros días o semanas no son iguales a los que vivimos hoy. Y la manera de atravesar este tiempo es tan diversa como cantidad de seres humanos habitan el planeta. ¿Quién puede tener la certeza de que tal o cual manera de vivir este tiempo es la correcta?

No obstante ello, entendemos que hay cambios que se están dando en el interior de cada uno y en relación con los demás. Una manera de “poner en orden” nuestra interioridad, nuestras prioridades, y en consecuencia nuestro entorno. Como bien se cita al psiquiatra austríaco Viktor Frankl en uno de los artículos de esta edición, “cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”. Y ese mirar hacia adentro puede ser una ocasión para resignificar incluso nuestro “ir hacia afuera”.

La primera semana de mayo fuimos testigos de una acción planetaria tan virtual como real. La Semana Mundo Unido organizada por el Movimiento de los Focolares, con sus jóvenes a la cabeza, fue una muestra de que “hay mucha pequeña gente, en muchos pequeños lugares, haciendo muchas pequeñas cosas” (Eduardo Galeano) que son capaces de armar una red que contiene a toda la humanidad y que brinda certezas de que un mundo distinto es posible.

Lo mismo puede decirse de la Semana Laudato Si’, que se llevaba a cabo al cierre de esta edición, al cumplirse cinco años de la publicación de la encíclica del papa Francisco. Una misma causa, un mismo objetivo, que nos une por el bien de la casa común.

Es una etapa de profundo dolor, de inmensa incertidumbre sobre lo que vendrá. Sin embargo, también se respiran aires de esperanza. Los cambios que se produzcan puertas adentro revitalizarán y regenerarán nuestros modos de abrazar a la humanidad.

1. Extracto de la Homilía, II Domingo de Pascua (o de la Divina misericordia), iglesia de Santo Spirito in Sassia, 19 de abril de 2020.

Artículo publicado en la edición Nº 620 de la revista Ciudad Nueva.

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