“Hace muchos años en un pueblo lejano, un hombre que tenía una tienda de zapatos les propuso a sus dos hijos que fueran a otro pueblo, más allá del horizonte, para saber si allí sería posible colocar otra tienda.

Los jóvenes partieron hacia el largo viaje y después de dos semanas llegaron a destino. Optaron por recorrer el pueblo pero por lugares diferentes: uno lo hizo por el este, el otro por el oeste. Y quedaron en encontrarse en un punto y una hora determinados, del otro lado del pueblo.

Al cabo de unas horas, el mayor llegó al sitio convenido pero al no encontrar a su hermano decidió ganar tiempo y entrar a la oficina de correo que había enfrente para enviarle un mensaje a su padre sobre lo que había percibido en este pueblo.

A los pocos minutos llegó el menor y también, sin hallar a su hermano, pensó en entrar al correo y hacer lo mismo.

Sin saberlo uno y otro, sendos telegramas partieron hacia el mismo destinatario: su padre.

El padre recibió el primero, el del hijo mayor, y leyó: ‘Querido padre, estamos acabados. En este lugar nadie usa zapatos’.

Minutos después llegó el siguiente telegrama, del hijo menor: ‘Querido padre, estamos salvados. En este lugar nadie usa zapatos’.”

¿Cuál es la mirada que queremos tener de la generación que nos toca educar?

Esa pregunta puede unir nuestro presente como padres con la historia de los zapatos, en la que ante una misma situación y contexto, asoman dos miradas opuestas. En esta generación están nuestros hijos, nuestros alumnos. Si nos preguntamos qué mirada deseamos tener, la respuesta es obvia. Pero si nos interrogamos sobre cuál es la mirada diaria que realmente tenemos, quizá más de uno podría decir que es la del hermano mayor: desencanto, preocupación, pesimismo.

Es necesario asumir internamente una mirada esperanzadora de la educación de nuestros hijos y alumnos.

¿Cómo vamos a hacer entonces para educar a esta generación?

Los padres podemos correr al salvataje de la autoestima de nuestros hijos.

No hay mayor influencia que la de un padre o una madre para con un hijo, y el tipo de influencia que queremos ejercer es una decisión.

La triple C

Hay tres palabras que coincidentemente empiezan con la misma letra y que nos pueden ayudar a comprender la realidad adolescente y el desafío que tenemos como padres.

Contexto

El contexto en el que nos toca educar a esta generación es de una sociedad líquida, (Zygmunt Bauman). En el mundo en el que vivimos hay una mirada imperante y se refiere a la liquidez con una connotación negativa. Lo líquido es aquello que no se puede asir, aprehender, lo superficial y pasajero. La sociedad líquida sería como un río que nace en la cima de una montaña y baja con una corriente fuerte que va arrastrando a nuestros hijos para que formen parte del río, sin preguntarles si quieren estar en él, sin contarles hacia dónde los lleva.

En contraposición, lo sólido asoma como lo positivo: la formación en valores como un modo de contrarrestar a una sociedad líquida, de antivalores. Como padres y desde siempre, tenemos que hacer sentir a nuestros hijos cuánto deseamos que llegaran a nuestras vidas y cuánto agradecemos que estén con nosotros, clave inicial para forjar autoestima en ellos, fundamental para hacerle frente a la liquidez del mundo.

Una vez más, allí puede aflorar una mirada positiva que nos devuelve el instinto: nadie conoce mejor a su hijo como los propios padres.

Un pensamiento que atraviesa a esta nueva generación es “Yo quiero todo ya, todo rápido, todo fácil, todo perfecto, todo para mí”. Todo lo que no se logre a un click de distancia es, en palabras adolescentes, un embole. Y esto representa un gran desafío para la educación.

Concientizarnos

El contexto líquido les muestra a los chicos una serie de antivalores: individualismo, materialismo, hedonismo, consumismo. ¿Cómo se aplican estos antivalores y cómo podemos contrarrestarlos? El contexto nos lleva a concientizarnos en tres ejes fundamentales: consumos (alcohol, drogas), redes sociales y afectividad.

La sociedad líquida envía, de maneras diversas y creativas, un mensaje muy interesante para los chicos: “cuanto antes, mejor”. Cuanto antes pruebes el alcohol, cuanto antes tengas celular, cuando antes tengas relaciones sexuales.

Por eso, desde la mirada sólida, nosotros tenemos que hacer atractivo el mensaje de los valores y demostrar que antes no siempre es sinónimo de mejor. Tiempo, silencio, paciencia, perseverancia son las claves. Ante la liquidez, tener la posibilidad de detenernos y no perder lo más básico, que es que los chicos sean chicos, que los adolescentes sean adolescentes. Ellos no quieren ser adultos aún y pareciera que son arrojados a una adultez prematura.

Compromiso

Es un valor que nos invita a ponernos en acción. El adolescente pendula entre los mensajes de la sociedad líquida y el de los seres queridos. Y los padres muchas veces tenemos la sensación de estar dormidos, somos un gigante dormido. Si el gigante duerme, el monstruo de la sociedad líquida aprovecha. Tenemos que poner el reloj despertador y asumir nuestro rol, maravilloso e indelegable.

Una Red de Padres es el acto concreto de compromiso con el que una madre y un padre deciden aportar para la educación de su hijo, deciden ponerse en acción.

Y para lograr esa red podemos pensar en cinco pasos: 1- Saber en qué andan nuestros hijos, qué piensan, qué intereses tienen; 2- Conocer cuáles son los cuatro o cinco más amigos; 3- Percibir qué piensan y cómo son sus más amigos. 4- Saber quiénes son los padres de sus más amigos; 5- Conocer qué piensan estos padres.

Si seguimos estos pasos sabremos que hay tres o cuatro familias que están en sintonía con nosotros, que quieren las mismas cosas para sus hijos, que desean formarlos en valores, que sus hijos establezcan vínculos sanos, íntegros, de persona a persona.

Eso genera una red y ahí nos podemos poner a trabajar juntos. Cuando algo nos parece raro o riesgoso ya tenemos la red armada, los padres empezamos a despertarnos. Y no es contra los chicos, por más que a veces nos lo digan y lo piensen. Los adolescentes ven el paso siguiente y nosotros vemos el camino; ven la diversión instantánea y nosotros la construcción de su felicidad. Una cosa es divertirse y otra cosa es ser feliz, a veces van de la mano, muchas veces no.

Finalmente, la Red de Padres nos hace avanzar en comunidad. ¿Queremos cambiar paradigmas? Que se alce el gigante. ¿Queremos una sociedad sólida? Los padres tenemos muchas oportunidades si empezamos a mirar con ojos esperanzados.

El abrazo que forja

Un abrazo construye autoestima. Ese es el verdadero móvil que los chicos tienen que aprender a conducir desde chiquitos: saberse valiosos, porque los hicieron sentir valiosos, porque les dieron muchos abrazos. Un abrazo es un límite porque contiene, cicatriza heridas, acompaña en las desilusiones y en las inseguridades. Porque no es cualquier abrazo, es el abrazo de una mamá sólida, de un papá sólido, que quieren comprometerse con ese deseo viviente llamado hijo.

Tenemos una gran oportunidad: la de abrazar a nuestros hijos. “¿Por qué me abrazás?”, quizás nos pregunten, a veces hasta avergonzados. “Porque sí, no lo hago por una buena nota ni porque hiciste un gol. El motivo para abrazarte sos vos, porque estás acá”. Es una manera concreta de comprometernos y de mostrarle al mundo lo que queremos hacer. Y así, en vez de decir como el hermano mayor del cuento que estamos acabados, podremos gritar que estamos salvados y que queremos ser los primeros en generar el cambio de paradigma: ser ni más ni menos que padres sólidos que educan hijos sólidos ·

*El autor es licenciado en Psicología y dicta charlas y talleres para padres e hijos. Más información: www.valoresvivos.org

El artículo fue publicado en la edición Nº 606 de la revista Ciudad Nueva

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